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Valorar a los estudiantes con los saberes de los maestros: 6 retos para lograrlo

Actualizado: 7 feb 2020



La valoración pedagógica es una herramienta poderosa para lograr la educación inclusiva. Solo cuando un maestro logra conocer de cerca a sus estudiantes e identificar sus necesidades es que está listo para transformar sus prácticas para que todos puedan acceder, participar, permanece y lograr grandes cosas.


En octubre de 2019, DescLAB desarrolló su primer taller de innovación docente en el que, usando la metodología de pensamiento de diseño y, junto con doce maestros, prototipamos una herramienta de valoración pedagógica que fuera fácil de usar y que los maestros pudieran incorporar en sus labores cotidianas. En ese taller surgieron 6 retos clave a los que hay que dar respuesta para que los maestros se animen a valorar pedagógicamente a sus estudiantes y transformen sus prácticas.


Reto 1. Superar el miedo, el temor a lo desconocido. Muchos maestros no se atreven a hacer valoraciones pedagógicas por miedo. Con mucha frecuencia estas herramientas son altamente medicalizadas, por supuesto, diseñadas por expertos para ser aplicadas por expertos y garantizar así un negocio. Se usa también el poder del supuesto conocimiento científico para excluir al maestro, recordándole siempre que no puede, que no está capacitado y que no tiene la competencias para decir: qué tienen sus estudiantes.


Pero es que la valoración pedagógica no es un diagnóstico médico. Todo lo contrario, es un ejercicio de observación pedagógica, de innovación docente que, por supuesto, debe hacer el maestro, en su salón de clase, con sus estudiantes. Por eso hay que dejar el miedo atrás. Se puede observar y valorar a los estudiantes, escribir los hallazgos, las preguntas, las barreras, las necesidades y las ideas de qué hacer en el salón de clases. Para esto no se necesita una herramienta validada por expertos, ni exámenes médicos, ni medicamentos.


Reto 2. Dar el primer paso, siempre hay una primera vez. Muchos maestros no hacen la valoración pedagógica porque piensan que es algo nuevo, que nunca antes han hecho, para lo cual se requiere formación, un curso, un posgrado. Todo lo contrario. Un buen maestro siempre observa, valora y se hace preguntas sobre sus estudiantes. Un mal maestro hace siempre lo mismo, recita los mismos contenidos sin saber quién tiene enfrente. Los buenos maestros desarrollan valoraciones pedagógicas todo el tiempo, durante toda su jornada laboral, con todos sus estudiantes.


Por eso es clave desmitificar la valoración pedagógica. Dejar atrás tantas herramientas sofisticadas y complejas que carecen de utilidad real. Para hacerlo es necesario crear herramientas de valoración que logren tres cosas:

  • Ser sencillas y fáciles de usar.

  • Poder ser incorporadas en la cotidianidad del maestro.

  • Catalizar prácticas innovadoras en el maestros, no quedarse en la descripción del estudiante.


Reto 3. Superar el "por qué me toca a mí esto" y entender su utilidad. Otro obstáculo que encuentran los maestros cuando enfrentan a hacer valoraciones pedagógicas es la falta de motivación, o quizás la pereza, derivada de no entender muy bien por qué debe hacerla, cuál es su utilidad y, de pensar, que es un formato más, entre otros cientos de formatos, que les toca llenar.


Con frecuencia esta situación está justificada. Las valoraciones pedagógicas han sido exigidas como un requisito, cómo un papel más que hay que diligenciar y que debe constar en la historia escolar. Uno documento que nadie lee, que nadie usa, que sirve poco. Por eso, con frecuencia, los maestros prefieren que las hagan otros, mejor un ejército de psicólogos que conoce poco a los estudiantes a los que les paguen por llenar todos esos formatos.


La utilidad de la valoración pedagógica es que le permite a cada maestro conocer a sus estudiantes, saber cómo es su contexto, su familia, sus amigos. Le debe permitir saber qué lo motiva, qué lo engancha. Sirve para saber cómo aprende, qué le funciona mejor. Ayuda a identificar qué necesidades tiene el estudiante y qué barreras enfrenta, todo esto para responder a la pregunta central: qué necesita cada estudiante de su maestro, dentro y fuera del salón de clases.


Reto 4. No es más trabajo, de hecho es fácil de hacer en el día a día. Muchos maestros no quieren hacer cosas adicionales a la cantidad de tareas que ya tienen asignadas. Por eso hay que anclar la idea de qué valorar pedagógicamente a los estudiantes es parte central de lo que significa ser un buen maestro y se hace en el día a día. No implica más trabajo porque no es necesario sacar al estudiante del salón de clase para observarlo y hacerle pruebas. No es un formato de excel interminable en donde se seleccionan opciones de qué tiene y que no tiene el estudiante.


El maestro debe tener una guía sencilla, con pocas preguntas orientadoras y un formato fácil de usar en donde escribir sus ideas. La valoración sirve para que el maestro tenga una orientación de qué observar, de qué tener en cuenta cada día y en cada momento de su labor para transformar sus prácticas cotidianas para con sus estudiantes reales. Estamos llenos de guías eternas, de orientaciones interminables en donde se dan miles de consejos genéricos sobre qué hacer cuando un niño tiene uno u otro diagnóstico. No sirven de nada esos documentos, porque en lugar de estudiantes ven enfermos, en lugar de personas reales están basados en ficciones. .


Reto 5. Ahora, no se trata de qué aprenden, sino cómo aprenden y para qué les sirve. Una de las claves para poder hacer buenas valoraciones pedagógicas que sirvan para transformar las prácticas de los maestros es despojarse de la enorme presión de enseñar contenidos para enfocarse en cómo aprenden sus estudiantes, identificar sus capacidades y potenciarlas, aún si eso significa no aprender todo lo que se espera para cada año escolar.


Por ello la valoración pedagógica no es una herramienta para identificar qué sabe y que no sabe un estudiante. Tampoco es una bola de cristal que sirve para saber qué va poder hacer y qué no. Todo lo contrario, la valoración pedagógica es solo una punto de partida. Para los malos maestros la valoración pedagógica es una pesadilla, pues les exige enfocarse menos en los contenidos y más en los estudiantes, les exige desarrollar una relación cercana con ellos. Para los buenos maestros la valoración pedagógica es una oportunidad de ser mejores, de acercarse a los estudiantes y de revisar día a día lo que hacen.


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