Las familias escuchan con frecuencia que sus hijos e hijas con discapacidad no aprenden y no deben ir a la escuela regular. Muchas veces desde el parto, los médicos, al identificar la discapacidad dicen, sin conocimiento alguno, que van a tener un niño para siempre, un angelito, uno que no debe ir a la escuela, que no va a terminar el bachillerato, menos ir a la universidad, que si acaso va a vivir 10 años.
Luego el sistema educativo se encarga de poner las barreras. Desde el mismo jardín infantil, profesoras y psicólogas le recomiendan a las familias buscar instituciones especializadas para niños y niñas con discapacidad, donde haya, aparentemente, profesionales capacitados para atenderlos y, en donde estén rodeados de personas como ellos. Allá, supuestamente, va a estar mejor. A veces, otras familias hacen lo suyo, juzgan que los niños con discapacidad son peligrosos, que lo que tienen es contagioso, que hacen todo más lento.
Y algunas familias caen en la trampa de la oferta especial. Es difícil no caer, cuando la oferta inclusiva está lejos de ser óptima, y en lugar de acoger e incluir a los niños y niñas en escuelas regulares, logran excluirlos o segregarlos. El reto de las familias es luchar, no desfallecer, exigir la inclusión y prevenir a toda costa la segregación en ofertas especiales. Esto no es fácil, pero vale la pena en el largo plazo. El día en que la educación sea perfectamente inclusiva y se hayan superado las barreras no está cerca, quizás no llegue nunca. En el entre tanto hay que nadar y empujar la maleta, es decir: estar presentes en la escuela y exigir que el proceso sea cada vez mejor.
Pista 1. No son escuelas, allí no hay educación. Las mal llamadas “escuelas especiales” no son escuelas, no prestan el servicio público de la educación. En estos lugares se prestan terapias, servicios de rehabilitación y de cuidado, pero no son educación.
¿Qué significa esto? La mayoría son instituciones prestadoras de servicios de salud (IPS) o fundaciones, pero no colegios. No tienen un proyecto pedagógico, no tienen una apuesta curricular, no hay grados, no hay competencias, no hay derechos básicos de aprendizaje, no hay áreas del conocimiento, no hay maestros.
Pista 2. ¿Hay niños y niñas que no tienen discapacidad? La respuesta es no, esos niños están en escuelas regulares. A casi ningún padre sensato se le ocurriría desecolarizar a su hijo para llevarlo a un sitio de estos, y aún así, para los niños con discapacidad lo recomiendan sin ningún temor. Así de terrible y sofisticada es la trampa. La idea de la educación es estar rodeado de personas diferentes, con y sin discapacidad, blancos, negros, ricos, pobres. Se aprende desde la diferencia y la diversidad, desde el contraste de las ideas y los puntos de vista. Nada bueno sucede en lugares donde los niños van todos juntos, todos igualitos, como pacientes, como enfermos, como ciudadanos de segunda clase.
Pista 3. ¿Hay grados escolares, evaluación y promoción? La respuesta es no, lo que hay es terapias interminables, pacientes perpetuos, niños eternos. Y ¿por qué eternos? porque el negocio de la oferta especial está en que el usuario nunca se vaya, nunca termine, siempre necesite más. A diferencia de la escuela, de la que tienes que salir algún día, preparado para la vida, a ser un ciudadano de tiempo completo, volver como egresado, con logros y experiencias.
Pista 4. ¿Hay conocimientos académicos? La respuesta es no, el foco es la rehabilitación. En algunos casos los niños y niñas aprenden cosas en esos lugares, a tender la cama, a lavar los platos, entre otras actividades, pero no aprenden lo mismo que se aprende en la escuela regular. Y no es que el centro de la educación inclusiva sea adquirir conocimiento de manera interminable, pero debe haber un lugar principal para las competencias y habilidades para la vida, y eso va más allá de lo que un terapeuta ocupacional puede brindar.
Pista 5. ¿Hay maestros de diferentes áreas? La respuesta es no, lo que hay es un desfile de terapeutas, auxiliares de enfermería, psicólogos y, muy pocas veces, algún médico profesional. Y no es que estos profesionales sean malos, sino que un martes a las 10:00 am los niños y niñas en edad escolar deben estar estudiando, no haciendo terapias.
Pista 6. ¿Es un lugar vigilado por el sector educativo? La respuesta es no, al no ser colegio, ni tener proyecto educativo alguno, estos lugares no existen para las secretarías de educación; ni hablar de calidad educativa, no existe tal cosas en esos lugares. Para quienes sí existen es para las secretarías de salud, quienes los habilitan para prestar servicios médicos y terapias. Ahora, a casi ninguna entidad pública le interesan estos lugares, porque su principal utilidad es ser el lugar donde se deposita a las personas que, de manera prejuiciosa y equivocada, creen que no pertenecen a la escuela regular.
Pista 7. ¿Allí hacen lo mismo que en el colegio donde estudian los hermanos sin discapacidad? La respuesta es no. Mientras que aquellos sin discapacidad asisten a clase, tienen descansos, hacen tareas, deporte, van a actividades culturales, tienen exámenes, consiguen pareja, se dan besos, se pelean, nada de eso existe en las instituciones especiales. Claro, hay lugares donde los niños con discapacidad hacen hidroterapia, músicoterapia, áromaterapia, équinoterapia, terapias con jugos, sales, sueros. Pero, aunque nadar, escuchar música, olfatear aromas, montar a caballo y tomar batidos pueden ser actividades muy divertidas, no son educación.
La discriminación es gravísima. Mientras que cualquier niño o niña, blanco, negro, rico, pobre, colombiano, venezolano, desplazado, huérfano en edad escolar va a la escuela regular y a nadie se le ocurre decir que no pertenece a ese lugar, cuando ese mismo niño o niña tiene una discapacidad, de manera automática, todos tratan de buscarle otro lugar distinto a la escuela regular. Las familias no pueden darse el lujo de caer en esa trampa.
Pista 8. ¿Son más importantes las terapias que los aprendizajes? En los lugares segregados sí. Pero ningún caso el acceso a servicios de salud, a terapias o rehabilitación pueden obstaculizar o entorpecer el acceso a la educación. Deben suceder de forma paralela y complementaria. Piense qué le diría el profesor de su hijo sin discapacidad si un día pide permiso para faltar todos los días a las 10 am para ir a hidroterapia, le van a decir que no, que esas actividades debe hacerlas por la tarde, o va a perder el año escolar, no importa que el médico se las haya ordenado.
Pista 9. ¿Todo es sencillo, está pensado para la persona con discapacidad, hasta tienen el abogado que le hace la tutela? Qué raro que en la escuela todo sea difícil mientras que en las instituciones especiales todo sea sencillo. Dude y huya a tiempo. Es difícil no caer en la trampa de la oferta especial. Mientras que en la educación inclusiva las familias normalmente deben luchar contra el sistema, insistirle al maestro, convencer al rector, aguantarse a las demás familias para avanzar en la construcción de un sistema educativo inclusivo; en la oferta especial, normalmente, no hay este tipo de problemas, el negocio está, como ya se dijo, en que los niños con discapacidad sean siempre niños, siempre pacientes, que nunca se vayan. Todo será sencillo mientras haya alguien que pague.
Pista 10. ¿Y cuando tenga 20 años qué vamos a hacer?, ¿va a seguir en équinoterapia? La oferta especial y segregada soluciona un problema del presente. Es la respuesta de a dónde lo llevo hoy, pero causa problemas casi irreparables en el largo plazo. Luego de luchar contra las escuelas regulares y llegar al cansancio, las familias encuentran lugares especializados y descansan. Pero la cuenta de cobro llega 5 ó 10 años después.
Un día, el niño con discapacidad se encuentra con que ya no es niño, sino adolescente o adulto y tiene pocos amigos. Se encuentra cansado de ir a las mismas terapias durante años y ver que su vida no cambia. Al principio ir a nadar era divertido, igual montar a caballo, 10 años después el adolescente con discapacidad quiere hacer lo mismo que hacen sus pares sin discapacidad.
Las aspiraciones cambiaron. Quieren tener amigos, salir, estudiar algo más, conseguir un oficio, un trabajo, tener novia, relaciones sexuales, vivir solos, salir de viaje, usar el transporte público. Para nada de eso los preparó la oferta especial, allí solo había enfermos, pacientes perpetuos, personas incapaces. En los mejores casos esos mismos adultos hacen escobas, trapeadoras, velas y venden bolsas de basura, actividades poco rentables y con un escaso futuro.
El resultado de la oferta especial no es una persona con un título de bachiller, con competencias para la vida, con amigos, aprendizajes, con errores y logros. El resultado es un enfermo que durante años facturó terapias con dudosos resultados reales, a los 20 años, produce una persona sin ningún grado escolar aprobado, menos con un título de bachiller, sin mayores conocimientos académicos, con pocas competencias y habilidades para la vida adulta. En ese momento las familias se dan cuenta que perdieron años, inclusive décadas y, que se perdieron valiosas oportunidades que muchas veces nunca regresan.
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