Los profesionales en salud mental han desarrollado investigación y metodologías para el acompañamiento en el fin de la vida para personas que quieren la muerte médicamente asistida.
El hecho que los profesionales en salud mental se plantearan su lugar de intervención estuvo precedido por muchos debates desde la medicina acerca de la eutanasia. Pero, ¿Qué se aborda en estos debates ? Se suele hablar de lo moral, del sufrimiento, de la autonomía, y de la efectividad de los tratamientos para aliviar el sufrimiento de pacientes con enfermedades graves.
A través de estas conversaciones, la medicina ha tenido que reflexionar y aceptar las limitaciones de los tratamientos disponibles en tanto estos muchas veces no son suficientes para aliviar el dolor y el sufrimiento causado por las enfermedades.
Tener estas conversaciones ha permitido a las personas tener la opción de decidir cómo y cuándo morir. Esto es, brindarles un espacio seguro, tranquilo, en el que puedan estar con sus seres queridos y tener la seguridad de que su sufrimiento terminará bajo sus propios términos.
La pregunta es entonces, ¿Por qué no hemos hablado de la eutanasia para personas con enfermedades mentales?
En 2023, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Colombia reportó aproximadamente 1800 suicidios, un incremento del 15% en relación al año anterior. Asimismo, de acuerdo con el reporte de salud mental de la Organización Mundial de la Salud del año 2022, posterior a la ocurrencia de la pandemia de COVID 19 se ha observado un aumento de más del 25% en el diagnóstico de trastornos de ansiedad y depresión.
A pesar de que en Colombia desde el 2021 es permitida la muerte médicamente asistida para personas con enfermedades no terminales, quienes presentan una enfermedad mental y deciden terminar con su vida lo continúan haciendo por sus propios medios. Esto, a su vez, suele implicar que sus fallecimientos tienen lugar de forma aislada, sin la compañía de quienes aman, con temor de si saldrá bien o no. ¿Por qué? Además de una desinformación de la población en general, pareciera que los profesionales de la salud mental le hemos dado la espalda a tener esta conversación con colegas y pacientes.
¿Por qué al hablar de la muerte médicamente asistida tratamos las enfermedades mentales de forma distinta al cáncer, por ejemplo?
Mi hipótesis es que continuamos bajo la idea de que las enfermedades mentales son un tema de “echarle ganas a la vida” o “motivarnos lo suficiente”. Y en este sentido, también refleja un imaginario social que entiende la enfermedad mental como algo con lo que hay que vivir y cuyo sufrimiento no justifica morir. Sin embargo, cómo profesionales de la salud mental sabemos que en el desarrollo y mantenimiento de enfermedades mentales además de los recursos de afrontamiento de la persona, también interfieren variables contextuales y vulnerabilidades biológicas.
Es así como observamos personas que llevan toda su vida acudiendo a tratamiento tras tratamiento, fármaco tras fármaco, con recaídas constantes y un patrón común: no existe en la actualidad un tratamiento efectivo para aliviar su sufrimiento y, por tanto, el solo hecho de vivir les genera dolor y sufrimiento permanente. Nosotros como profesionales de la salud tenemos que empezar a plantearnos otras formas de acompañar a los pacientes, pues en estos acompañamientos también se encuentra el acceso a la muerte médicamente asistida.
La muerte médicamente asistida, a diferencia de un suicidio (aunque en teoría ambas hagan referencia a la decisión sobre cuándo y cómo morir), representa un cambio y la posibilidad de brindar un espacio seguro, protegido y acompañado para morir. Implica que la persona no tendrá que preocuparse por si su método va a funcionar o no, de preocuparse por si en vez de morir va a terminar con alguna discapacidad por el intento fallido. Implica poder recibir acompañamiento de profesionales y estar de la mano con sus seres queridos, si así lo decide. Implica acceder a una muerte que es digna porque corresponde a los deseos de la persona, es segura, protegida y acompañada.
Eso no significa que debamos dejar de lado la prevención y la intervención en las ideaciones suicidas, ni mucho menos cuestionar la efectividad de la psicoterapia ni de los tratamientos farmacológicos. Es una cuestión de aceptar las limitaciones de la efectividad de tratamientos en ciertos pacientes, de aceptar la posibilidad que tienen las personas de no continuar con un tratamiento, de respetar la autonomía de cada uno y ¿por qué no? de acompañarlos en el fin de su vida.
Esto implica entonces que se deben abrir espacios de conversación entre profesionales de la salud mental, porque hablar de muerte digna en enfermedades mentales abre una serie de interrogantes ¿Cómo saber cuándo una persona tiene una enfermedad mental incurable o resistente al tratamiento? ¿Cómo definir cuándo es el momento y a cuáles pacientes les puedo presentar la información para que tomen la decisión? ¿Cuándo tengo que decidir entre hacer intervenciones de prevención de suicidio y cuándo puedo darles a conocer su derecho al acceso a la muerte digna?
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