Los colegios quieren excluir a los niños o niñas cuando identifican alguna discapacidad o alguna dificultad en el aprendizaje, pero muchas veces no son directos, porque saben que es una discriminación, entonces usan excusas o buscan que las familias se cansen.

Los colegios y los maestros no afrontan el reto de la diversidad y la inclusión de manera positiva y, les sugieren a las familias que lleven a sus hijos/as a instituciones que "aparentemente" son más apropiadas para ellos, en donde "supuestamente" hay profesionales especializados para atenderlos, pero estos lugares no son escuelas y no hacen parte del sistema educativo.

Los profesionales de la medicina creen, equivocada y prejuiciosamente, que algunos niños y niñas con discapacidad no deben ir a la escuela porque, "supuestamente", no pueden aprender. Y no solo lo creen, sino que ordenan que estos niños y niñas vayan a instituciones especializadas en lugar de ir a la escuela regular.

Otros padres y madres de familia, e inclusive maestros y directivos, consideran que las personas con discapacidad son un peligro para otros estudiantes, o un peligro para ellas mismas dentro del colegio, y le sugieren a las familias llevar a sus hijos a otro lugar. 

Cuando los adolescentes con discapacidad avanzan en los grados escolares, los colegios hacen creer a las familias que la educación secundaria ya no tiene nada que ofrecerles, que ya no van a aprender nada más, y les sugieren buscar otras ofertas de formación, buscarles trabajo o llevárselos para la casa, en lugar de terminar el bachillerato. 

Las familias se cansan de pelear en contra del colegio, los maestros, rectores y contra el sistema en general y, terminan llevando a sus hijos a instituciones especializadas. Pero en esos lugares no se accede a la educación, sino a terapias, rehabilitación y cuidados. Cuando crecen, las personas con discapacidad se encuentran con pocas posibilidades y aún más excluidos de las oportunidades sociales por no haber tenido una educación regular.